lunes, 29 de junio de 2009

La noche del Uro (Trumbo en el infierno de los otros II)


En 1960 Dalton Trumbo comenzó a explorar el infierno de los griebens. Su búsqueda no le llevó a ningún paraíso, bien porque no era Virgilio su lazarillo, bien porque no había ninguna Beatriz esperándole en el otro lado, sino simplemente el hombre sin atributos, el hombre perdido. Murió dieciséis años después, con la conciencia intranquila, sabedor de que en él habitaban johnnis y griebens, víctimas y verdugos.

Si bien con Johnny cogió su fusil descendió al infierno de un herido de guerra, un mutilado que debía luchar contra sus demonios, en La noche del Uro, Trumbo, pretende comprender las razones que llevaron a la Alemania nazi a cometer la que se considera como la mayor barbarie de la humanidad: el Holocausto. Para ello se sirve de la primera persona, y es Ludwig Richard Johann Grieben[1] el protagonista de tan singular historia, el compositor de una biografía que rebosa poesía y crueldad. Al igual que en Johnny, Trumbo divide la primera parte de la novela en diez capítulos, y son éstos los que ocupan la vida atormentada de Grieben, su infancia, la construcción de un ser diabólico convencido de su labor mesiánica, de su destrucción divina. Después de este iniciático recorrido por la infancia del protagonista sólo nos quedan una serie de notas que fueron recopiladas y que son en sí mismas parte indisociable del proyecto que fraguó Trumbo: una sinopsis, un diario de unas cuarenta páginas, comentarios político-históricos y unos borradores sobre la personalidad de Grieben.



Argumentar La noche del Uro no es tarea sencilla, habida cuenta que es ante todo un fresco interesantísimo sobre aquellos años turbulentos, de orgías, de sadismo. Por eso la primera parte de la novela se centra en la iniciación sexual de Grieben, su infancia marcada por una psique llena de maldad y, sin embargo, tan parecida a la de cualquier niño. Interesado desde muy pronto por la música y la filosofía, Grieben siente una especial querencia por la virilidad que contiene toda competición, así se adentra en los deportes, y de la mano de su padre, en la caza. Con seis años mata a una ardilla de un disparo de fusil, y es aquí donde toma contacto por primera vez con la muerte:

Cortada abruptamente su sorpresa inicial por maravillas aún mayores, mi ardilla pareció dirigir lentamente su atención hacia dentro de sí misma, como si contemplara allí un milagro, alguna revelación secreta, una angustia privada no sentida hasta entonces, una maravilla demasiado extraña, demasiado urgente y conmovedora para ser compartida.

Esto no es más que un ejemplo de lo que contiene esta obra. En realidad todo gira en torno a la muerte y al sexo, pero en el fondo existe un poso de soledad que es lo que con más terneza Grieben pretende demostrar a sus posibles lectores. Argumenta sus crímenes, los defiende fehacientemente, y narra con nostalgia los acontecimientos puntales de su biografía: la ardilla escopeteada y después pisoteada, el conejillo estrangulado, el acoso a Inge en la niñez junto a su amigo Gunther, el intento de violación a Liesel Dahlen la noche del 10 de mayo de 1933 durante la quema de libros en la Universidad de Berlín, las continuas violaciones a su mujer, Auschwitz... El mosaico que nos ofrece Trumbo es imponente, y el itinerario vital del personaje va parejo a la propia biografía de Hitler y sus secuaces. Participa en la Primera Guerra Mundial, después se une a los numerosos grupos armados de “puños, navajas, garrotes y pistolas” (La noche del Uro, página 133) que siembran de miedo las ciudades, abandona el Freikorps e ingresa en las SA de Ernst Roehm al escuchar un discurso de Adolf Hitler. El 9 de noviembre de 1923, Hitler fracasa en su golpe de Estado y es condenado a cinco años de prisión, de los que solamente cumplirá nueve meses, dado que sale con la condicional. En ese breve cautiverio escribirá Mi lucha, ideario de una metafísica irracional[2] que seguirá a rajatabla hasta sus últimas consecuencias. La conclusión que saca Hitler es que necesita del sistema establecido para llegar al poder: la democracia. Por eso se deshace de los violentos de Roehm y funda las SS, obligando a los miembros de las SA a abandonar sus filas. Todo culmina el 30 de junio de 1934 en la llamada Noche de los Cuchillos Largos. En éstas está Grieben, participando por igual de esa utopía satánica esbozada por intelectuales y aspirantes a artistas[3]. También Grieben es un artista, o pretende serlo, del mismo modo que nos podemos encontrar libros para una extraña biblioteca como Diario de una bandera de Francisco Franco (autor también del guión Raza), La Legión de Millán-Astray, El libro verde de Gadhafi o Así hemos de combatir a los persas de Saddam Hussein (autor asimismo de Zabiba y el Rey, La fortaleza, Los hombres y la ciudad y ¡Demonios, marchaos!). La lista podría ser sorprendente. Y es que la historia del exilio contemporáneo adolece de un cierto batallar entre intelectuales verdaderos y esos de postín, impuestos mediante la dialéctica de las armas. Aquí podremos recordar el rabioso grito de Millán-Astray a Unamuno: “¡Muera la inteligencia!”, a lo que el salmantino respondió: “Venceréis pero no convenceréis”. No es gratuita entonces la exposición de Trumbo, el análisis exhaustivo de la personalidad de Grieben, así, si el personaje orquesta una biografía de sus crímenes empleando la poesía y la belleza (ya se sabe que la belleza es cruel), está arropada por ese movimiento intelectual-satánico que desde el siglo XIX recorría Europa. Trumbo, en las cartas enviadas a su amigo Angus Cameron, explicaba:

Espero poder demostrar aquí que, en todas las fuentes clásicas de la educación alemana, el antisemitismo es una doctrina que ha sido interminablemente remachada en la mentalidad de la juventud alemana hasta convertirla en un artículo de fe y que así ha sido durante cien años. Los nazis no la inventaron, solamente la invocaron y la llevaron a la práctica con la más rigurosa lógica germánica.

Es por tanto lógico encontrarnos a Grieben leyendo “las obras de Hitler, Rosenberg, Goebbels, Haushofer, Antón Drexler, Houston Stewart Chamberlain y autores parecidos”[4] (La noche del Uro, página 137).


En la actualidad hay dos mil uros, el tipo de toro

ario que Hitler resucitó tras dos siglos extinguido.


La obra de Trumbo es un Descenso a los Infiernos con mayúsculas, un viaje a lo más oscuro de nosotros mismos hasta toparnos con el demonio en persona, allí donde creíamos que no existiría. Trumbo, que luchó siempre por los derrotados, por las víctimas, sufrió una transformación al descubrir en él a ese antihéroe, a ese Grieben capaz de sentir la incomprensión de los otros, de llorar por los fracasos y los sueños no realizados, de revivir e incluso de visitar la casa de Ana Frank en Amsterdam, porque cree haber conocido a la niña de quince años que murió en Auschwitz, y en sus sueños se la figura su amante, mujer que le muestra en sus ojos los mismos sentimientos que le invadieron a él esos días en que la metafísica de la destrucción sacudía a toda Europa con la “solución final” que fue pactada un 20 de enero de 1942[5]:

Creo que debió de haber un instante en el tiempo cuando yo, pálido como una larva e insaciablemente hambriento de la roja carne putrefacta del vientre de mi madre, tuve mi primer deseo de culpa sin pecado, de pecado sin arrepentimiento, de arrepentimiento sin perdón. Y que en ese momento de canibalismo larval llegué, sin saberlo, a la conclusión que iba inevitablemente a gobernar mi vida: que se joda todo, que se jodan todos. Si no voy a ser perdonado, no me arrepentiré.

Pero también la crítica de Trumbo aflora desde la pluma del protagonista, así vemos la denuncia en los diarios de Grieben del desentendimiento de los aliados del Struma en febrero de 1942, un barco con casi ochocientos judíos que huían del horror nazi y fue abandonado a su suerte en el Bósforo durante dos meses y medio porque los ingleses se negaban a que llegaran ilegalmente a Palestina. Finalmente el barco se hundió, y solamente salvaron sus vidas dos de los casi ochocientos pasajeros. Y este hecho ayuda en los planteamientos antisemitas de Grieben, entendiendo que tras las miles de matanzas que ha perpetrado la humanidad, los pueblos masacrados por el colonialismo, “un puñado de judíos de los que el mundo quería librarse a toda costa” (La noche del Uro, página 243) no debe llevarle al arrepentimiento[6]:

Sabemos que hay culpa en el infierno. Sabemos que, todos los días, sudamos bajo el peso de nuestra culpa intolerable. ¿Es posible pues que no haya tampoco culpa en el cielo?


Fotograma del Triunfo de la voluntad, documental
propagandístico dirigido por Leni Riefensthal.

La noche del Uro no es sólo una radiografía precisa sobre la manifestación del mal en el hombre, sino que es ante todo un documento inigualable sobre el proceso de escribir, sobre la transmutación del escritor en el personaje y del personaje en el escritor, una exposición detallada sobre el arte de novelar. Trumbo, en otra de sus páginas sueltas sobre la novela que no llegó a concluir, escribe:

Aquello que Grieben aceptará finalmente lo ha dicho Sartre:

1. Que no hay redención en el mal.

2. La libertad última y definitiva es el derecho a decir «No» y a morir por él. La libertad del hombre es decir «¡No!».


***


[1]«Mis nombres de pila, derivados de Bach, Beethoven y Wagner, revelan la intención de mi padre de hacer de su único hijo un compositor, o al menos un músico» Dalton Trumbo: La noche del Uro.

[2]«
La concepción del mundo desarrollada en Mi lucha es, aunque bárbara, una metafísica. De manera metafísica Hitler puso de manifiesto el sentido profundo de la realidad: construyó imágenes de la vida falsa y de la verdadera e intentó transformar el mundo conforme a esas imágenes, propósito que fue espantosamente logrado. Y sólo pudo hacerlo porque los hombres bajo su mando estaban dispuestos a participar en esa sangrienta escenificación de su metafísica. Se han barajado los más diversos motivos para explicar este respaldo, lo cual no cambia en absoluto el insólito y angustioso resultado: una sociedad al completo colaboró en trasladar a la realidad un sistema metafísico ilusorio». Rüdiger Safranski: ¿Cuánta verdad necesita el hombre?

[3]«Es interesante ver que los caudillos del “movimiento” nazi-esto vale también para Hitler, Goebbels o Speer- en lo que hace a su formación tenían tendencias teórico-artísticas en el más amplio sentido (y no, por ejemplo, politológico -histórico-jurídico-sociológicas): Hitler quería, como es sabido, estudiar en la Academia de Arte de Viena y se tenía por el mayor arquitecto; Goebbels era un germanista con título de doctor [...], se encontraba al principio próximo al expresionismo y escribió la novela Michael. Rosenberg y Speer eran arquitectos». Manfred Frank: Dios en el exilio (Lecciones sobre la nueva mitología).

[4]Jorge Luis Borges en Deutsches Requiem, obra acaso inspiradora de la de Trumbo, justifica a su personaje Otto Dietrich con lecturas también de megalómanos: «No puedo mencionar a todos mis bienhechores, pero hay dos nombres que no me resigno a omitir: el de Brahms y el de Schopenhauer [...]Hacia 1927 entraron en mi vida Nietzsche y Spengler».

[5]Frank Pierson, ganador de un oscar con el guión de Tarde de Perros, dirigió en 2001 Conspiration, una película-documental que recoge en 90 minutos la reunión de quince altos mandos nazis a las afueras de Berlín. Allí se decidió “La Solución Final” mediante la cual se proponía la aniquilación total del judío en Europa y allende sus fronteras. La idea inicial consistía en emplear camiones a los que eran subidos los judíos y después gaseados con monóxido de carbono puro. Sin embargo la “solución” pretendía ser más acelerada, de ahí que se construyeran cámaras de gas permanentes como las de Auschwitz.

[6]«¿Cómo pudo ocurrir? ¿Por qué ocurrió? ¿Por qué las víctimas escogidas fueron precisamente los judíos? ¿Por qué los victimarios fueron precisamente los alemanes? ¿Qué papel tuvieron las restantes naciones en esta tragedia? ¿Hasta qué punto fueron también responsables los aliados? ¿Cómo es posible que los judíos cooperaran, a través de sus dirigentes, a su propia destrucción? ¿Por qué los judíos fueron al matadero como obedientes corderos?». Hannah Arendt: Eichmann en Jerusalén (Un estudio sobre la banalidad del mal).

4 comentarios:

  1. Muy interesante. Y lo digo muy en serio. Me recuerda a dos obras, dos películas que acabo de ver de nuevo hace unos días: Otra vuelta de tuerca de Henry James(llevada al cine en Suspense de Jack Clayton -ver mi blog-) y A sangre fría de Truman Capote (en el cine la versión del año 1967 de Brooks) No es casual que el guión de la primera sea de Capote también. Capote era un tipo que bajo esa máscara de superficialidad llevaba dentro la sensibilidad necesaria para comprender lo que también Trumbo comprendía: lo más terrorífico no está fuera; está dentro de nosotros mismos. Y en su última obra -In cold blood- como Trumbo los personajes y el escritor se mezclan, se convierten en uno solo. Eso tiene sus consecuencias; las tuvo para Capote. Siempre hay consecuencias...

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  2. Muchas gracias, Santiago. Efectivamente, hay consecuencias. De hecho, después de "A sangre fría" Capote no fue el mismo.

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  3. Mi má, vaya posts q te curras colega XD

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  4. Gracias, r3v. Copiar y pegar. ¡Estoy ya pa´scribir!

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