martes, 5 de mayo de 2009

Conversaciones con José “Pepín” Bello (un viaje por la memoria)


Si el calendario perpetuo no falla, el 16 de diciembre de 1927 era viernes y la luna estaba en cuarto menguante. En el Ateneo de Sevilla esperaban para hacerse la foto algunos de los constituirían la Generación más brillante de nuestra historia desde la Generación de Oro. De izquierda a derecha estaban Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, José María Platero, Manuel Blasco Garzón, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego.



Detrás del objetivo, Pepín Bello:

Salí a la calle y le pedí a un fotógrafo ambulante su cámara fotográfica. Entré al Ateneo y disparé la foto con un flash de magnesio que llenó toda la sala de un humo blanco que escocía los ojos.

Una imagen así, en nuestra época actual, hubiera sido la delicia de millones de internautas. Un móvil anónimo grabando los aspavientos de esos grandes de las letras, sacudiéndose de enfrente los cendales de humo (una niebla, por otra parte, a la que parecía predestinada la Generación, perdida en el fragor de la guerra pocos años después).

Pero lo que está claro es que ni la guerra ni los años nublaron la mente del extraordinario personaje que fue Pepín Bello, hombre de una basta cultura que contempló a través de su inteligencia y bondad los sucesos más importantes de nuestro siglo pasado. 103 años dan para eso y mucho más.

¿Escribió todo lo que vio? No. Él no era escritor y tampoco aspiraba a ello. ¿Para qué?

Enrique Vila-Matas nos decía en su Bartleby y compañía:

En España, Pepín Bello es el escritor del No por excelencia, el arquetipo genial del artista hispano sin obras. Bello figura en todos los diccionarios artísticos, se le reconoce una actividad excepcional, y sin embargo carece de obras, ha cruzado por la historia del arte sin ambiciones de alcanzar alguna cima: «No he escrito nunca con ánimo de publicar. Lo hice para los amigos, para reírnos, por pitorreo».

El escritor catalán lo sitúa dentro del elenco de ágrafos (no ya el de los ágrafos trágicos del que hablara Rosario Girondo, el enfermo de literatura de El mal de Montano), sino el de los ágrafos desprendidos de egolatría:

«No soy nadie», dice Pepín Bello cuando se habla con él y se hace referencia a su probado rol de galvanizador o artífice, profeta o cerebro de la generación del 27, y sobre todo del grupo que él, García Lorca, Buñuel y Dalí formaron en la Residencia de Estudiantes. En La edad de oro, Vicente Molina Foix cuenta cómo, al recordarle a Bello su influencia decisiva en los mejores cerebros de su generación, éste se limitó a contestarle, con una modestia que no sonó a hueca ni orgullosa: «No soy nadie».

No creo que Pepín Bello fuera, como dice Vila-Matas, un ágrafo. El hecho de que entre sus mejores amigos estuvieran Lorca, Buñuel y Dalí, y que se codeara de igual a igual con casi todos los intelectuales del país, no lo convierten en escritor. Y escribir tampoco significa ser escritor. Por esa línea argumentativa, acaso todo el mundo con capacidad de reproducir el alfabeto en papel sea un ágrafo en potencia. Y bueno, Bello algo dejó escrito (una pequeña obra de teatro redactada junto a Rafael Alberti que no pasaba de la media hora y que se titulaba El pobre, desaparecida, y un Hamlet experimental que escribió a cuatro manos con Buñuel, incluido en Teatro español de vanguardia y publicado en Castalia).

Señalo esto porque lo importante de Bello no fue aquello que NO escribió (algo absurdo), sino lo que vivió, en qué momento, y cómo y con qué cariño asimiló Bello sus experiencias vitales. Porque Bello no sólo fue testigo de aquellos años, sino que FUE amigo de excepción de aquéllos que SÍ escribieron (y lo hicieron a cotas tan altas que hoy se nos hace imposible alcanzar).

Leer Conversaciones con José “Pepín” Bello es viajar en la máquina del tiempo de Wells, cien años atrás, cuando Madrid era una ciudad de apenas 600.000 habitantes y la Residencia de Estudiantes se encontraba junto a un inmenso campo de trigo y el cemento no era la costra purulenta de este país. Los virgilios en el paraíso de las letras son David Castillo y Marc Sardá, y la Beatriz (por la cual este viaje), José Bello Lasierra.



Bello nació en Huesca el 13 de mayo de 1904, y era hijo de un ingeniero de caminos especializado en la construcción de pantanos. Con 11 años ingresó en la Residencia de Estudiantes.

Justo cuando mi grupo terminó el bachillerato, éste se suprimió en la Residencia, y no quedó nada más que el grupo universitario.

La leyenda comenzaría aquí.

Una vez convertida la Residencia en centro del universo cultural, vemos desfilar a nuestros héroes de esa España que se plagaría de villanos poco tiempo después.

Bello nos cuenta cotilleos de lo más divertidos: la asexualidad de Dalí y su ignorancia en las cosas más cotidianas, o incluso la supuesta ascendencia gitana del pintor; las pesadas bromas de Buñuel o la cobardía de éste cuando practicaba el boxeo y terminaban los rounds sin ningún solo golpe; el origen de los famosos “carnuzos” y los disparatados “anaglifos” (todo invención de Bello); los primeros pasos de Lorca como dramaturgo y poeta, o los avatares que le llevaron a obtener una licenciatura de Derecho sin haber estudiado ninguna asignatura; o las deliciosas reuniones de “la desesperación del té”.

A Federico le daba miedo la madrugada, el nuevo día, especialmente cuando trasnochábamos. Empezaba a amanecer y Federico, casi histérico, nos hacía cerrar los porticotes de las ventanas. Era muy supersticioso y creía que el amanecer era el momento en el que morían los enfermos.

Y sobre Lorca, añade más tarde:

Él solía decir en broma que la única enfermedad que padecía era la putrefacción medular.

Y sobre la “putrefacción” (tema recurrente en el grupo), también hubo un proyecto de libro con dibujos de Dalí y prólogo de Lorca:

Miren, la putrefacción es una cosa un poco complicada de explicar. El libro nunca llegó a publicarse, porque Federico nunca compuso el prólogo que tanto le solicitaba Dalí.


Dibujo de Salvador Dalí, 1925

Pero su grupo de amigos abarcaba a más gente:

Nuestro grupo se formaba básicamente por Juan Vicens, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Juan Centeno, José Moreno Villa, Diego Buidas de Dalmau, Luis Eaton Daniel, Federico García Lorca, el poeta malagueño José María Hinojosa y yo. Éramos todos enormemente wagnerianos. Fue Luis Buñuel quien nos introdujo a todos esa pasión por el gran músico alemán. Luego utilizó La muerte de Isolda de una forma obsesiva como banda sonora en Un perro andaluz.

Por las memorias contadas de Bello pasan además Dámaso Alonso, Guillermo de Torre, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado, Alberti, Cernuda, Aleixandre, Benavente, la Argentinita, Ignacio Sánchez Mejías, Joselito, Belmonte, Julio Romero de Torres, Baroja, Altolaguirre, Ortega y Gasset, Jorge Guillén, Azorín, Maeztu, Neruda, Huidobro, José Bergamín… La lista puede ser tan larga como el libro.

A la hora de agrupar a la generación del 27, Bello no duda:

Quedarían Lorca con Alberti, Cernuda con Aleixandre, Salinas con Guillén, Altolaguirre con Prados y Dámaso Alonso con Gerardo Diego.


José Bello, Federico García Lorca, Juan Vicens y Luis Eaton, 1922


Condensar aquí todo lo que contiene este magnífico libro de 200 páginas es imposible, porque cada frase es una perla que contemplamos con una sonrisa en los labios, los ojos cargados de emoción y una extraña envidia por lo que este hombre vivió. Es lo que dio de sí 10 días de preguntas y respuestas en diciembre de 2006, quedando estas conversaciones divididas en tres partes: Inicios, juventud, Residencia de Estudiantes, La guerra civil y De la posguerra a nuestros días.

Las revelaciones de Bello también pueden llegar a ser, en numerosas ocasiones, polémicas, pero es que no siempre llueve a gusto de todos. Esto lo podemos ver más claramente en la parte central del libro.

[…] Yo a Negrín no le tenía ninguna ley. Me parecía un hombre abominable. Era una persona totalmente rechazable, de deshonesto, de amoral, de borracho, de mujeriego, y de codicioso. A mí no me gustaba nada. Besteiro me explicó que la mayoría de los dirigentes de las otras organizaciones republicanas, entre ellos Indalecio Prieto, se sentían secuestrados bajo el dominio del terror de ese canalla.

Especialmente conmovedoras son las páginas en las que Bello habla sobre la muerte de Lorca.

Me la tomé con tristeza, pero con bastante filosofía. Yo a Federico lo quería entrañablemente, y sentí su muerte con toda mi alma. Han de pensar que en tiempo de guerra uno convive con la muerte a diario. Si me hubiese cogido en otro momento, estando yo tranquila y felizmente en mi casa, hubiese sido un shock mucho más grande. Pero en medio de la guerra, después de que mataran a mi hermano, de ver desaparecer a otros amigos, y de todas las fatalidades y penurias que tuve que pasar, uno parece que ya no se extraña ante nada.

[…]

Los republicanos utilizaron su muerte elevándolo a mártir. ¡Eso es una salvajada! Federico nunca tuvo nada que ver con la política, a diferencia de Rafael Alberti o de Miguel Hernández, que tanto se involucraron con la causa republicana y durante ese período tanto comprometieron su poesía. […] Federico estaba a favor de los que sufrían, del sufrimiento humano y universal, ya fueran pobres, gitanos, negros, ricos, aristócratas o reyes. Era la persona más apolítica que he conocido en toda mi vida.

Y a la pregunta del entrevistador recordándole a Bello que Lorca firmó el Manifiesto de Escritores Antifascistas, Bello contesta:

Eso no quiere decir nada, yo también lo firmé.

También nos cuenta cómo habló con un alto cargo falangista y le avisó:

“Mire usted, lo que tienen que hacer es no perder un instante: desde ahora mismo, desde ayer, ya, reivindiquen la memoria de Federico García Lorca […], que no pase más tiempo sin que en Madrid se le ponga una calle, una avenida, un teatro o una estatua. Inmediatamente, ¡ya!, con el nombre de Federico García Lorca. Si no lo hacen, se van a acordar”.

Sobre la exhumación de los restos mortales de Lorca, dice:

Estoy totalmente en contra. Muy de acuerdo con los descendientes de García Lorca, que también se niegan en redondo a la exhumación de los restos de Federico. Todo este tema tiene algo de propagandístico que se me hace insoportable.



Conversaciones con José “Pepín” Bello es, más que una lectura recomendable, una lectura necesaria para acercarnos a una de las épocas más brillantes y atroces de nuestra Historia. Su siglo largo de vida no necesitaba de los libros que muchos le pedían. Bastaba con unas charlas de amigo, y el cómputo de todo lo vivido, lo resumía así:

Pues si me dieran a elegir entre el haber existido y el no haber existido, preferiría no haber existido. ¡Claro, mucho mejor! Ya decía Pío Baroja con gran sabiduría que el mundo era la obra de un aficionado.

Quizás no fuera un ágrafo como decía Vila-Matas, pero sí era un Bartleby de pura cepa.

Murió el 11 de enero de 2008.

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