lunes, 20 de abril de 2009

El príncipe negro (un reencuentro con Murdoch)

Descubrí a Iris Murdoch hace unos 14 años, rastreando las baldas de la biblioteca de mi Facultad. En un extremo había una colección muy completa con títulos de Espasa Calpe, nuevecitos (supongo que los lectores del campus tiraban más del fondo de la biblioteca, para lo que había que esperar unos quince minutos a que los bibliotecarios de la planta baja dieran con el ejemplar solicitado y lo pusieran en el ascensor). Durante un tiempo estuve inaugurando la lectura de esos libros, doblando las puntas de las páginas en las partes que más me interesaban, y después volviendo a desdoblar las puntas cuando devolvía el libro (eso de doblar puntas no está nada bien, niños, porque con los años la hoja envejece y se suele partir por los dobleces).

Con el de Murdoch fue leer las primeras líneas y quedarme prendado de su prosa limpia y rítmica. Se llamaba Bajo la red y había sido la primera novela publicada de la autora cuando contaba 35 años. Según se decía en el prólogo hubiera bastado esta novela para que a Iris Murdoch se la recordara como a una de las más grandes escritoras que ha dado la lengua anglosajona. Más tarde, Harold Bloom dijo de ella que “habría que remontarse a George Eliot para encontrar un equivalente a Iris Murdoch”.

De hecho, la escritora y filósofa nacida en Dublín en 1919, hubiera sido un importante escollo para Doris Lessing en la obtención del premio Nobel (no sin razón, Elias Canetti, que solamente con Auto de fe ya apuntaba maneras de Nobel, fue amante de Iris durante tres años, como lo explica en su controvertida Fiesta bajo las bombas. Los años ingleses). Pero dejó el camino abierto a la autora británica (nacida el mismo año que Murdoch en la antigua Persia) tras morir en 1999 habiendo padecido los estragos del Alzheimer. Sobre sus últimos días recomiendo Iris, dirigida en 2002 por Richard Eyre y con una bellísima Kate Winslet haciendo el papel de Iris Murdoch en sus años jóvenes.


Iris Murdoch y su resignado
marido John Bayley


Después de Bajo la red leí El mar, el mar (publicado en una editorial que no recuerdo), con el que la autora obtuvo el premio Booker en 1978.

Y llegamos a la actualidad. Hace unos meses me encontré con que DEBOLS!LLO estaba rescatando los títulos de Iris Murdoch (últimamente, con la crisis, los libros de bolsillo son mi única opción posible), y no pude resistirme.

Lo primero que nos llama la atención del libro es el prólogo firmado por Álvaro Pombo. Parece ser que el autor hizo un curso en el City Litterary Institute de Londres y le tocó leer La campana de Murdoch. Salió encantado, por lo que dice en el resto del prólogo. También dice que “sólo con Patricia Highsmith he experimentado yo análogo tirón, que impide dejar cualquiera de las novelas de estas autoras una vez empezadas y a su vez nos impulsa a adquirir una tras otra todas las obras que publican año tras año”, y estoy completamente de acuerdo, de hecho yo sentí lo mismo por Highsmith en esos años de baldas vírgenes, sin embargo para adquirir los suyos tenía que recurrir al fondo bibliotecario. Aunque también hay otra escritora que nos lleva de la mano como las otras dos: Daphne Du Maurier (la autora poco recordada de Rebeca y Los pájaros).


El príncipe negro en su edición
para economías más desahogadas


Dicho esto, señalar que Iris Murdoch es fiel a sus inquietudes en El príncipe negro: la literatura, el amor y las siempre difíciles relaciones humanas.

El protagonista y narrador de El príncipe negro es Bradley Pearson, un escritor serio y de poco éxito que ha tirado su vida trabajando en Hacienda. Una vez jubilado de su cómodo puesto de funcionario, piensa que tiene todo el tiempo del mundo. Ha llegado la hora de ponerse a escribir como un cosaco. Pero está en blanco. No le queda otra cosa que vivir (la vida le reportará la experiencia para salir del bloqueo creativo). Y su vida se torna en frenética correveidile en donde su ex mujer, Christian (con la que estuvo cinco años casado), vuelve a hacer acto de presencia; junto con su ex cuñado, Francis Marloe (médico retirado forzosamente por chanchullos varios); el mejor amigo de Bradley, Arnold Baffin (escritor prolífico y de éxito); la mujer de su mejor amigo, Rachel (enamorada de Bradley); Priscilla, la hermana de Bradley (que se ha separado de su marido porque éste tenía una amante); Julian, la hija de Arnold y Rachel (que quiere ser una escritora seria y pide consejo a Bradley)… Vale, seguro que alguno estará pensando en la famosa serie de Enredo. Yo también.

Y es que las novelas de Murdoch son justamente eso: la vida simple y descarnada (como la de cualquier persona) que se convierte en novela. Así y todo, la reflexión sobre esa vida nos la encontramos desde el principio de sus páginas. Bradley Pearson nos dice:

Soy escritor. “Escritor” es efectivamente la descripción general más simple y a la vez más justa de mi persona. En la medida en que soy también psicólogo, filósofo aficionado, estudioso de las cuestiones humanas, soy todo esto porque es parte de la clase de escritor que soy. Siempre he sido un buscador. Y mi búsqueda ha adoptado la forma de ese intento de contar la verdad al que acabo de referirme. He conservado, así lo creo y espero, puro mi don. Esto significa, entre otras cosas, que nunca he sido un escritor de éxito. Nunca he tratado de ser complaciente a expensas de la verdad. He conocido, durante largas épocas, el tormento de una vida carente de autoexpresión. El más eficaz y sagrado precepto que puede imponérsele a un artista es el mandato: espera. El arte tiene sus mártires, y no son los menores quienes han preservado su silencio. Hay, me arriesgo a decir, santos del arte que han preferido esperar mudos toda su vida antes de profanar la pureza de un solo pasaje con algo que no fuera perfectamente apropiado y bello, es decir, con algo que no fuera verdad”.

El príncipe negro no es lo que parece a simple vista (tampoco Hamlet lo era). La frenética novela que nos propone Murdoch se sostiene en un extraño andamiaje que solamente llegamos a vislumbrar al final de la historia (y ni siquiera eso, porque es al concluir el libro cuando, acaso, la novela cobre vida como pocos escritos son capaces de hacer). Pienso en 1984 y en la desazón que, de joven, me causó su lectura. Terminé el libro y me di cuenta de que toda esa maravillosa historia de amor entre Winston Smith y Julia había sido orquestada desde el principio por el Gran Hermano y uno de sus brazos ejecutores: el Ministerio del Amor. Sentí como si Orwell no hubiera sido el verdadero demiurgo, como si la composición de la propia novela hubiera corrido a cargo de un horrible Ministerio de la Ficción (algo que el escocés Andrew Crumey supo llevar a la perfección en Pfitz).

Explicar con pocas palabras el argumento de El príncipe negro es una tarea ardua y algo que no beneficia en nada al lector de estas líneas. Estaríamos malogrando fieles para Murdoch. Pero sí puedo señalar dos líneas importantes: el amor que sentirá Bradley por Julia (curiosa similitud en el nombre que nos vuelve a llevar a 1984) y la difícil relación de Bradley con su amigo Arnold.

Sobre relaciones conflictivas entre escritores ya escribió Bernard Malamud una espléndida novela titulada Los inquilinos, en 1971 (treinta y cuatro años después, Danny Green realizó una fiel adaptación en cine en The tenants) y Martin Amis nos regaló en 1995 su visión desgarradora de la amistad entre escritores en La información.

La novela de Murdoch está más cerca en el tiempo de Los inquilinos, ya que vio la luz en 1973. Pero son novelas distintas, todo hay que decirlo.

Particularmente no me dejaría llevar tanto por la emoción si no fuera por las páginas finales de El príncipe negro (es una novela larga y uno acaba agotado de tanto trajín): por el epílogo de Bradley Pearson y los otros cuatro epílogos de “Dramatis personae”. La verdad es que no sé si se trata de una burda trampa improvisada de Murdoch o algo que ya iba con la idea inicial de la novela, pero el efecto de los epílogos señalados es sorprendente (no diré más). Lo que tengo muy claro es que la novela merece esta reseña solamente por sus últimas páginas, de lo contrario hoy hubiera hablado de otra cosa.

Las preguntas que le asaltarán al lector son: ¿Quién miente a lo largo de la novela? ¿Qué hay de verdad en sus más de 500 páginas? ¿Qué ocultos intereses mueven a los personajes? ¿Es Bradley Pearson sincero o ha perdido la chaveta y no distingue la realidad de la ficción? Y es que la magia de la literatura estriba en abrir túneles alternativos a esa realidad y en dotarla de posibles significados. Vale.

1 comentario:

  1. Conocí a Iris Murdoch mientras realizaba un, como me gusta decir, «estudio en imágenes» de la filmografía de Kate Winslet, mi actriz preferida.

    Ésta, junto a Judi Dench, protagonizó «Iris» (2001), que se enfoca en los últimos años de ésta escritora. Desde el momento en el que los médicos se atreven a decir que la última novela que Iris publicó (1995) podía servir para la caracterización de los efectos del Alzheimer en el área del lenguaje.

    Pero no fue sino hasta algunos veces después, cuando por fin encontré un libro suyo, justamente al que se ha dedicado ésta reseña. En la única feria del libro que hasta el momento he visitado. Claro que aún no era el momento de leerle, porque el libro terminó llevándoselo mi abuela, por haberle mencionado que conocía de mención a Iris.

    En una pequeña librería, que tiene algunos títulos descatalogados, volví a encontrar a Bradley. Esta vez, ni lo pensé. Aún estoy leyendo el libro, llevo algo más de dos semanas, porque tengo distintas tareas en algunas comunidades.

    Pero, curiosamente, a pesar de que el propio Bradley rechaza la «pseudo-ciencia» del psicoanálisis, representado por Francis (superficialmente, por ahora, ya que no conozco el testimonio de los epílogos), yo, que he leído a Freud, me pongo a dudar en si se le puede denominar un neurótico.

    En fin, que tengo la intención de seguir leyendo a Murdoch, cuya literatura aún no puedo comparar con ningún otro(a) escritor(a) que haya leído alguna vez. Debo reconocerle que, bajo la premisa de un viaje interrumpido, me tenga absorto bajo sus palabras... Gracias por tu crítica, aunque ahora estoy pre-ocupándome por las cuestiones que dudaré cuando termine de leer la novela.

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